Los católicos adoramos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Tres Personas en una sola, porque Dios es a la vez Hijo y Espíritu Santo. El Hijo que se convierte en carne mortal para con su sacrificio ofrecernos el perdón de los pecados y el Espíritu Santo que le une a Dios y que vela por la Iglesia envolviéndola en su cálido aliento divino.
Es lo que llamamos LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
Dios es el Creador, el generoso Hacedor que nos da la vida y nos dio la libertad de disfrutarla como quisiéramos. Dios es Amor en estado puro, Dios es misericordia y piedad, el Creador que ofrece a los hombres su Alianza generosamente.
Cristo es el Hijo amado hecho carne para redimir con su sacrificio supremo el pecado del hombre. Cristo es la prolongación de la Alianza, su perfección absoluta porque nos abre a los hombres el Camino del Reino. Cristo es el perdón que nos une a las virtudes divinas por medio de la oración y la vida cristiana.
Espíritu Santo, que es la unión viva y eterna entre Cristo y nosotros, que nos envuelve con su cálido aliento divino otorgándonos el más precioso don que un hombre puede merecer: el conocimiento de Dios, el conocimiento de su propio origen. El Espíritu Santo es el centro de Hechos de los Apóstoles, ya que los orígenes de la Iglesia están acunados por su cálido aliento divino. Es el Espíritu el que alienta a los Apóstoles a emprender su misión por toda la Tierra. El Espíritu es la garantía viva y divina de la presencia de Dios en la Iglesia y en todo el Pueblo de Dios: nosotros mismos.
El núcleo de nuestra Fe cristiana cuyos tres pilares fundamentales son uno sólo. El motor de nuestra doctrina que nace de los Evangelios donde se da cuenta escrita de la venida del Hijo que es resucitado de la muerte por el Padre y que envía a su Espíritu Santo para que envuelva en su cálido aliento divino a nuestra Iglesia, pues si Dios es nuestro Padre, la Iglesia, la obra de los hombres que se construyó por su designio, es nuestra madre.
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